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domingo, 15 de febrero de 2009

DEL FACISMO DE HUGO CHAVEZ OTRA VISIÓN.- 16 febrero, 2009 - Lluís Bassets

16 febrero, 2009 - Lluís Bassets
Roja fruta del árbol fascista, 1

http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/2009/02/roja-fruta-del.html#more


No sé yo si Chávez es exactamente un dictador. La prueba del nueve la pasa sobradamente y con buena nota: a los dictadores no suele gustarles que les llamen dictadores. Pero quizás no basta. El referéndum no cuenta: también Franco los organizaba y los ganaba, seguro que sin necesidad de muchas trampas; basta con estar al mando: organizarlos es casi siempre ganarlos y lo raro es lo que le sucedió a Chávez en el de 2 de diciembre de 2007, cuando los ciudadanos rechazaron su Constitución bolivariana, que incluía el levantamiento de los límites a la elección presidencial. Si aquel referéndum fue prueba de que no era una dictadura la repetición de la jugada ayer sería prueba de lo contrario: erre que erre, el poderoso rechaza límites a su poder y quiere además que sea el voto popular quien le legitime. En contra de toda esta teoría dictatorial cuenta el instinto oportunista y los reflejos demagógicos, más despiertos que los autoritarios: no creo que el eurodiputado Luis Herrero perjudicara lo más mínimo con sus declaraciones ni a Hugo Chávez ni a su consulta, pero le ofreció en bandeja una ocasión para hacerse el ofendido por un político de derechas y español: conocemos bien este truco y lo conocen bien el Rey y Zapatero. Sabía que encontraría complacencias y entusiasmos en cierta izquierda, incluso en España. Herrero ha buscado también la cornada, gratis y sin consecuencias, con la mirada en el tendido. Todos contentos, cada uno dedicado a su parroquia. Y sin embargo, sería mejor que no jugáramos con estas cosas. Siempre hay que estar abiertamente en contra de quienes acallan a quienes les llaman dictadores, aunque sólo sea por el riesgo o la probabilidad de que lo sean o lo lleguen a ser. Antes de que todo esto sucediera escribí la reseña de un libro notable sobre Chávez, que sale en el número de febrero de Cuadernos Hispanoamericanos, y voy a dar a continuación aquí en dos entregas.
"El poder y el delirio". Enrique Krauze. Editorial Tusquets. Barcelona, 2008.
No es de izquierdas. Buena parte de quienes les flanquean sí lo son. Pero él no ha sido nunca propiamente de izquierdas ni lo es ahora. “No pertenece al árbol de la genealogía marxista ni socialista sino a otro árbol que no ve la historia en términos de lucha de clases sociales o de masas sino de héroes que guían al ‘pueblo’ y supuestamente lo encarnan y lo redimen: el árbol del fascismo.” Estas frases y la reflexión periodística que las fundamentan pertenecen a ‘El poder y el delirio’, el libro donde Enrique Krauze, historiador y periodista mexicano, indaga sobre el último avatar revolucionario latinoamericano, el que encarna el peculiar bolivarismo chavista, actualmente centro de gravedad petrolera sobre el que gira la izquierda radical del continente y que ha insuflado una larga bocanada de oxígeno al agonizante régimen castrista.
Tampoco es bolivarista. Su Bolívar es una invención. “Bolivar admiraba por encima de cualquier gobierno a Estados Unidos, pero prefería expresamente el diseño británico, más conservador”. Temía “la guerra de colores, la guerra étnica y su corolario, la ‘pardocracia’”. Funcionaba según los esquemas del republicanismo clásico, de la ciudadanía, mientras que Chávez, según Krauze, “sólo conoce la palabra súbdito”. Donde mejor se expresa su falta de virtudes republicanas es en la ausencia de límites a su poder personal. Incluso en cuestión de ideas religiosas, Bolivar es un ilustrado frente a un Chávez crístico y sacralizador de la política y de su propia persona y biografía.
Para discutir sobre ésta y muchas otras opiniones, el autor del libro ha reunido y ha hablado con lo mejor y más ilustrado de la intelectualidad venezolana e incluso del entorno intelectual de Chávez. Simón Alberto Consalvi, uno de los historiadores convocados, considera que la apropiación de Bolívar por el comandante va a tener consecuencias: “De Bolívar va a quedar muy poco después de Chávez”. Irónicamente, asegura que “está haciendo un gran servicio a Venezuela. Ha puesto el país a pensar por primera vez. En segundo lugar, está destruyendo tres mitos que nos mantuvieron dormidos, indiferentes: el mito de Bolívar, el del petróleo y el del ejército”.
Otro de los hilos argumentales del ensayo sitúa a Chávez como restaurador del pasado monárquico español, el régimen de la ‘real gana’, enraizado en la tradición ibérica “contra la que Bolivar luchó”. El monarca no reconoce más que a un ‘pueblo’ donde el individuo no tiene derechos y que se halla encarnado por la multitud, las masas bolivarianas que dialogan y se identifican con el caudillo, el monarca de la tradición hispana redivivo. Germán Carrera Damas, otro historiador convocado a una de las tertulias, lo ve muy claro: “Lo que Chávez se propuso fue demoler la República. En el fondo es la restauración de una monarquía por la vía de una monarquía constitucional”.
Si hay algo con lo que Chávez puede identificarse llanamente es con el golpismo militar, de larguísima tradición y enjundia latinoamericana, pero tal como asegura también otro de los interlocutores de Krauze el golpismo es de derechas por definición. No es un golpista incruento, como a veces quiere aparentar, ni mucho menos: en su golpe de 4 febrero de1992 hubo 20 muertos, de los que catorce fueron militares; pero en el de 27 de noviembre, con Chávez en la cárcel, pero utilizando su nombre y en su misma sintonía política, el nuevo golpe contra Carlos Andrés Pérez significó la pérdida de 171 vidas. Krauze da por conocida esta lección pero se adentra en la figura tutelar del golpista y que lógicamente fascina al coronel, el héroe de Carlyle, el precursor ideológico de la teoría del caudillaje fascista. Sólo en dos cosas falla y hay que reconocerlo: el héroe de Carlyle utiliza escasamente el lenguaje, pues su laconismo acompaña a su capacidad para la acción violenta. Chávez es un parlanchín y no es cruel, según se encarga Krauze de señalar acertadamente. De momento, hay que apostillar.
Su biografía de conspirador y de militar politizado ‘de izquierdas’ es conocida, pero lo que hay que retener de ella es precisamente su pulsión de poder y su temprana vocación golpista, desde los 21 años propiamente. Teodoro Petkoff identifica en su lenguaje “el discurso brutal y agresivo contra el adversario, que eso sí es nazi y que proviene (no sé si lo ha leído) de Carl Schmitt”. “No es fascista pero es fascistoide”, asegura. Entre sus primeros ídolos están Velasco Alvarado y Torrijos, y entre sus amigos presidenciales el coronel Gadafi y el presidente de Irán Mahmud Ahmadinejad. Hay además un antisemitismo chavista que ha llevado a abandonar el país a una cuarta parte de la comunidad judía. El negacionismo del Holocausto y el recurso a los tópicos antisemitas más manidos por parte de la propaganda oficial es otro de los puntos de contacto entre el chavismo y el fascismo. Uno de los personajes inspiradores de Chávez fue Roberto Ceresole, un sociólogo argentino antisemita que consiguió una curiosa síntesis latinoamericana entre nazismo y comunismo.
A Ceresole se debe este análisis del resultado electoral de diciembre de 1998, las primeras elecciones que ganó Chávez: “La orden que emite el pueblo de Venezuela el 6 de diciembre de 1998 es clara y terminante. Una persona física y no una idea abstracta o un ‘partido’ genérico fue ‘delegada’ por ese pueblo para ejercer un poder…Hay entonces una orden social mayoritaria que transforma a un antiguo líder militar en un caudillo nacional”. La personalización del poder es el correlato de su concepción fascistoide y es lo que le lleva a “considerar como parte integral de la historia venezolana absolutamente todo lo que le ocurre, de la dimensión que sea”. Para el biógrafo de Rómulo Betancourt, Manuel Caballero, lo que Chávez adora de Castro “no es lo que hizo o dejó de hacer en Cuba, sino su permanencia de medio siglo en el poder”.
Responde en todo a la figura del héroe autoritario, incluso en su imagen de político impoluto y purista, en abierta contradicción con la corrupción y el nepotismo que se extiende su alrededor. Según Consalvi, “Chávez utiliza el petróleo exactamente como lo utilizó [el dictador Juan Vicente] Gómez [1857-1935]. Gómez daba concesiones a sus amigos. (…) Por ejemplo, a su urólogo no le pagaba con dinero, le pagaba con una concesión petrolera (…) Petróleos de Venezuela es una de las áreas más secretas que hay en este momento en Venezuela, cosa que nunca había ocurrido. El vicepresidente es primo de Chávez.”
(continuará)