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domingo, 27 de diciembre de 2009





ARTES / CULTURA
Cartas de por medio / Biblioteca
27 de Diciembre de 2009
Cartas de por medio
RESEÑA ENSAYÍSTICA DR. OSWALDO PAZ Y MIÑO JARAMILLO


El enviar y recibir cartas, costumbre añeja, va desapareciendo pues agoniza frente a la inclemente y fría tecnología. La espera desesperante de una misiva enviada de un lado del mundo a otro es casi historia. Ahora las buenas y malas noticias viajan en microsegundos ya que la electrónica, convertida en correo, ha roto el encanto, la ilusión, la tensión de aguardar una epístola, cuando ansias se tiene de tenerla entre manos.

Las cartas de amor, que entre sus pliegues traían el perfume del ser amado o retazos de su cabello, y hasta huellas de lágrimas prensadas intencionalmente por el amante ausente, son piezas de museo que reposan atadas con lazos color memoria, en cajitas de cuero viejo y en secreteres cuyas claves tienen nombres que los ardores prometieron no pronunciar nunca.

Hoy las misivas son raudas, gélidas, aunque lleguen cargadas de erotismo, titilan, con guiños de luz, en una pantalla, no tienen marcas de piel, se han gestado en un teclado incapaz de sentir las angustias, pasiones y dolores del escribiente.

Sólo al papel se le ha concedido tal privilegio.
Los panzudos buzones, que siempre tienen una enorme boca abierta y sonriente, pasan hambres insufribles, y es que los carteros los han sometido a dietas forzosas y poco sustanciosas. Rara es la ocasión en las que el alimento que les dejan es nutritivo, extrañan letras escritas con sentimiento: poemas, declaraciones pasionales, anónimas, a las que en ocasiones se añaden bragas incitantes a encuentros furtivos del tercer tipo; libros, que entre páginas esconden servilletas marcadas con labios carmesí, y esquelas de pesar que destilan solidaridad.
Los cuasi olvidados receptáculos de sobres, estanciados en casas o en multifamiliares, son instrumentos para la insípida tarea de los acreedores o de los vendedores. Estos con sadismo que raya en la tortura los obligan a recibir, so pena de eliminarlos, cuentas de tarjetas de crédito, promociones de pizzas, boletines bancarios, recibos de luz, agua y teléfono.
La comunicación epistolar no ha de morir del todo. Prueba de vida tienen en la kafkiana novela, escrita por Ariel Magnus, ‘Cartas a mi vecina de arriba’, literatura trazada desde la intención de provocar al lector a leer cartas ajenas. Lo que es prohibido y deseado. A falta de correspondencia propia, pues mira la del otro. Y está buenísima la historia de dos vecinos, que desde lo extravagante y lo raro, en el mismo condominio, haciendo gala de que personalmente no pueden tratar sus diferencias, se dicen de todo un poco cartas de por medio.
Ella, vieja, añosa, fosilizada en sus temas. Él, neurótico, solitario y amante de los silencios imposibles, se enfrentan, letra a letra, por un tema de zapatos de taco, que instalados en los andares de la dama truenan piso abajo, donde el amargado vecino aguarda cada compas de los pies taladradores para desatarse en escrituras, que suben de nivel y furia. Ella responde con ruido y sentencias. El odio a pocos metros. La enemistad que ha echado raíces. Pero nada es lineal. De pronto giros de la vida, de los párrafos, del destino. Un final de novela. Nunca mejor dicho
Ariel Magnus Nació en 1975 en Buenos Aires. Entre 1999 y 2005 vivió en Alemania, primero en la ciudad de Heidelberg y luego en Berlín. Allí estudió Literatura Española y Filosofía becado por la ‘Friedrich Ebert Stiftung’, al tiempo que trabajaba para la cátedra de Literatura Hispánica de la Universidad Humboldt de Berlín. Escribió para diversos medios de Argentina y Latinoamérica, entre ellos las revistas Soho y Gatopardo y el suplemento Radar de Página/12. Colabora regularmente con el suplemento El Ángel de La Reforma (México) y de forma esporádica con la revista cultural La mujer de mi vida y el diario Taz de Alemania. Actualmente traduce del alemán el diario de filmación de Fitzcarraldo, de Werner Herzog. En 2005 publicó Sandra (novela) y en 2006 La abuela (crónica).