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lunes, 6 de abril de 2009

CAMILO JOSÉ CELA


TOMADO DE ABC.es Camilo José Cela, de su puño y letra
En 1956, Cela creó la revista «Papeles de Son Armadans», una puerta abierta a los intelectuales españoles del exilio. Un libro recoge ahora la correspondencia entre el Nobel y los escritores del éxodo y el llanto.


MANUEL DE LA FUENTE MADRID

Renqueaba, todavía a trompicones de posguerra, 1956. Don Camilo se había dejado unas barbas bohemias y con ellas puestas a remojar en la palangana de la censura había dejado los Madriles y se había puesto al sol que más calienta, el de Mallorca. Bajo la testa de prócer bullían los «Papeles de Son Armadans», la revista que en esos días ponía en marcha, dispuesto a tender puentes entre las dos Españas, la del exilio y la de los carpetovetónicos adentros. Para ello y con un esfuerzo titánico comienza, de su puño y letra, una intensa actividad epistolar con nuestros desterrados. Durante los más de veinte años que vivió (y coleó) la revista, Cela escribió cientos de cartas, que han sido reunidas en un libro, «Correspondencia con el exilio» (Destino), que está hoy en las librerías.
En esa correspondencia, el Nobel español se muestra solícito y servicial, en aras de la causa del entendimiento. Pide, pero también ofrece. Contacta vía postal con Alberti, con María Zambrano, con Prados, con Cernuda, con León Felipe, con Américo Castro, con Jorge Guillén... «terca, infatigablemente», como escribe Eduardo Chamorro en el prólogo. Hay en las cartas gozos y tristezas, disquisiciones literarias y culturales y amistad, mucha amistad. Son cartas que muestran a un Cela menos conocido, esforzado editor, diligente secretario y tremendo ser humano.
El libro se abre con el recuerdo de María Zambrano, que conoció a Cela cuando era «un jovencito que escribía poemas nerudianos». Desde el cariño y el respeto, Cela consigue que la escritora, párrafo a párrafo, deslíe su pensamiento, su poderío de ensayista sobre el papel.
A don Camilo no le duelen prendas. Que Alberti sea un convencido comunista no le impide tentarle los machos al gran vate gaditano. Pronto sintonizan. La relación será fructífera. De dos personalidades tan explosivas sólo podían salir frases como ésta: «¿Rafael, le sale a usted de las pelotas escribir tres sonetos sobre el gran don Ramón de las barbas de chivo?».
Casi la mitad del libro recoge la intensa relación epistolar y humana entre Cela y Américo Castro. El historiador salió de los toriles del exilio como una furia («Le agradezco muy de veras su cordial invitación, pero no acepto nada que huela a comprensión»), pero Cela lo llevó a los medios, templó y mandó. La faena duró más de quince años. Se hablaron de lo divino y de lo humano, de lo terrenal y lo celeste, de Cervantes y de pasajes de avión, de las tinieblas de España y de las luces del Mediterráneo.
El libro se abre con el recuerdo de María Zambrano, que conoció a Cela cuando era «un jovencito que escribía poemas nerudianos»
De par en par
Con paciencia de entomólogo conciliador, Camilo José Cela continuaba abriendo de par en par las puertas de los «Papeles» a quienes antes de la Guerra habían cambiado el devenir de la literatura española. Como Jorge Guillén. Hablan y se escriben de poesía, del 27, y hablan (con lo increíblemente serio que siempre pareció don Jorge) hasta de interioridades: «Estoy preparando -le escribe Cela el 10 de mayo de 1963- un libro disparatado: «El coño», en el que sigo el rastro de esta noble palabra desde el siglo XIII. Querría encabezarlo con un poema suyo, que pudiera titularse: «Pórtico al coño»».
También Max Aub es «víctima» del ansia epistolar de Cela: «Quiero organizar la unión de los españoles por la vía de la inteligencia, no por la del movedizo sentimiento o la creencia mágica. Ayudadme, el viejo (León Felipe) y tú». El propio Felipe, Ayala, Sender, Altolaguirre... también recibirán las misivas de Cela. Y hasta alguien tan difícil como Luis Cernuda: «Hágame llegar sus versos». El sevillano lo hizo hasta que acabaron tarifando, por el enfado de Cernuda con una insinuación de Leopoldo de Luis sobre la poesía completa de Altolaguirre, editada por Cernuda, aparecida en «Papeles».
Emilio Prados
Pero si hay un paisaje del libro que las palabras mensajeras sobrevuelen con más peso es sin duda la correspondencia mantenida con Emilio Prados. Se hacen íntimos, se tratan de hermanos, pero el intercambio epistolar sobrepasa la literatura y se convierte en un intensísimo intercambio emocional, sobre todo por parte del poeta malagueño, a menudo enfermo, a menudo cogido por el cuello por la depresión, un hombre que, como decía Lorca, «había sufrido mucho». Una correspondencia trufada de dolor llevada hasta el título póstumo cuando el 26 de abril de 1962, dos días depués de morir Emilio, Cela le escribe desconocedor de la mala nueva: «Imagínate con qué alegría te mando este recién nacido ejemplar de tu libro, aún caliente como los primeros panes de la mañana».
A lo largo de novecientas páginas, la España del éxodo y el llanto, que cantara León Felipe, es convocada al regreso, es rehabilitada y recompensada por un Cela colosal, un Cela inmenso, de fuerza telúrica, un Cela, más que nunca, de su puño y letra.